martes, 27 de mayo de 2008

HABLAR EN RADIO



LA TRIPLE VOZ DE LA RADIO
Palabras, efectos, música. ¿Cuál de las tres es más importante?


La radio es sólo sonido, sólo voz. Pero una voz triple:

= La voz humana, expresada en palabras. Voces de locutores, de animadoras, artistas, periodistas, entrevistadoras y entrevistadas, reporteros y reporteados.

= La voz de la naturaleza, del ambiente, los llamados efectos de sonido. Porque en el mundo, además de mujeres y hombres, también habla el viento y el mar. Hablan los animales, rugen los motores, chirrían las puertas. Aguza los oídos y escucharás a tu alrededor todo un escenario sonoro.

= Y la voz del corazón, que se expresa a través de la música. Melodías tristes y alegres, temas que pacifican y otros enervantes. Músicas con guitarra, con flautas o con tambores. Cada sentimiento humano tiene su ritmo y su cadencia.

No hay más. Con estas tres voces se preparan todos los platillos. Estos son los únicos ingredientes en la cocina radiofónica. La creatividad al combinar y recombinar estos tres elementos producirá los diferentes formatos.

Palabras, efectos, música. ¿Cuál de las tres voces es más importante? Las tres. Eliminar una debilitaría a las otras y empobrecería el lenguaje radiofónico. Igual que un pintor sin azules o rojos en la paleta, la seducción de la radio no se logrará sin explotar todas sus posibilidades sonoras, sin un empleo original de la triple voz mencionada.

Música, palabras, efectos. Lamentablemente, muchas emisoras han separado lo que el oído unió. Palabras secas, por un lado. Canciones por otro. Y los efectos prácticamente desaparecidos.

Sin embargo, no hay programa de radio que no se enriquezca usando las tres voces de la radio. En un informativo, en una revista, en un reportaje y hasta en un spot, podemos echar mano de efectos, música y palabras para dinamizar el formato.

Las palabras mandan. Las palabras humanas son las principales portadoras del mensaje. Pero estas palabras ganan “color” con los efectos. No es lo mismo hablar de la guerra que escuchar el ruido de las bombas.

La música pone el “calor”, las emociones. ¿Qué sería de una escena de amor sin unas notas musicales en segundo plano? ¿Cuánto ganaría un editorial sobre el derecho a vivir en paz con el Himno de la Alegría de fondo?

Efectos, música, palabras. Tres códigos complementarios para hablar a la imaginación de la audiencia.


YA QUE NO SOMOS PROFUNDOS...
¿Hablamos para comunicarnos o para demostrar que somos muy listos y cultas?


--El parque vehicular se ha incrementado exponencialmente...

(¿Y dónde quedará ese parque?)

--El burgomaestre concurrió a las exequias de su correligionario...

(¿Quién dijo que corrió con quién?)


¿Para qué hablamos cuando hablamos en la radio? ¿Para comunicarnos o para demostrar que somos muy listos, muy cultas, que sabemos mucho, que nos consideramos la última chupada del mango?

Hay muchos intelectuales que necesitan pontificar aunque sea del agua tibia para sentirse superiores a los demás. Y muchos periodistas que dicen “siniestro” en vez de incendio y “nosocomio” en lugar de hospital. ¿Y las locutoras que “aperturan su programa musical con una pléyade de exquisitas selecciones para oídos melómanos”?

Estos sujetos y sujetas no hablan para que los demás entiendan, sino para demostrarnos la profundidad de su sabiduría. En realidad, no hablan: se escuchan a sí mismos. Se deleitan en su propio palabrerío.

Todo ese lenguaraje, tan frecuente en nuestros programas de radio, no demuestra una mayor cultura. Al contrario, deja a las claras la incultura de quienes lo emplean.

¿Qué es cultura? Saber relacionarse bien con el entorno. Mejor sea la relación, mayor será la cultura.

¿Cual será, entonces, la palabra más culta? La más adecuada al contexto en que la decimos. Si un médico está entre médicos, hablará con el vocabulario técnico de su profesión. Pero si ese doctorcito llega a su casa y pide de comer una “extremidad de gallina” o un “glúteo de cerdo”, resultará un pedante. Y un gran inculto que confunde hogar con hospital y no sabe adaptarse al código de la vida doméstica.

¿Qué hay detrás de tales poses y pretensiones? La inflación de palabras suele estar en relación directa al vacío de las ideas. Como decía un grafiti, Ya que no somos profundos... ¡al menos seamos oscuros!

La mayoría de las veces la razón de esa jerigonza se debe más a la imitación que a la arrogancia. En la universidad, en la iglesia, en el juzgado, hasta en la familia, nos hicieron creer que mientras más raro uno habla, más cultura demuestra. La palabra más incomprensible equivale a la más intelectual. Si así fuera, el burro ya sería magistrado: rebuzna y nadie sabe lo que dice. Salvo otro burro.


MASIVAMENTE INDIVIDUAL
¿A quién nos dirigimos cuando hablamos por radio? ¿A una multitud o a una persona?


Domingo de fútbol. En las graderías, una multitud vitorea, chilla contra el árbitro, hace olas. La euforia general nos contagia. Vivimos una verdadera comunicación de masas.

-- ¡Gol, gol, gol!… Goooooooooooooooooooooooool…

Nada semejante a lo que experimentamos al día siguiente cuando sintonizamos nuestra emisora favorita. Tal vez estamos solos, tal vez acompañadas. En cualquier caso, la voz del locutor se dirige a mí, me habla en segunda persona, me interpela.

¿A quién nos dirigimos cuando hablamos por radio? ¿A una muchedumbre? Sí, pero esos miles de oyentes no están juntos, no se hallan reunidos para escucharnos.

Antes era así, cuando la familia se sentaba para llorar con las radionovelas. Pero con la aparición de la televisión y el carácter portátil de los receptores, la radio se fue individualizando, haciéndose más íntima que otros medios de comunicación. Masivamente individual, así es la radio.

De lo dicho, se desprende uno de los más preciados secretos de nuestro oficio. Cuando hablas por radio, no te estás dirigiendo a una multitud, ni siquiera a un grupo. Te diriges a Luis. A Luisa. A una persona. A un amigo desconocido de plena confianza. A una amiga que desde algún lugar remoto te está escuchando a ti. La radio se ha vuelto diálogo, charla privada a la luz pública. No es discurso ante un auditorio ni declamación ante palcos repletos. Es una conversación de tú a tú.

Algunos autores recomiendan el empleo exclusivo del singular en la locución radiofónica. Eso sería una antipática exageración.

Escucha cómo habla esta señora:

No, Micaela, ese champú no sirve de nada. Ustedes se lo ponen por presumidas, pero fíjate cómo te está horquillando el pelo. ¿No lo crees? Pues todas mis vecinas lo saben. ¡Es que nos quieren vender cualquier basura con el cuento de aparecer modernas!

En este párrafo, nuestra amiga salta del singular al plural, de la primera a la segunda persona. Así hablamos normalmente, jugando con los tiempos, los números y las personas gramaticales.

¿Conclusión? Emplea, normalmente, el singular. Es más directo, capta más la atención. Pero pluraliza también. En el saludo y la despedida dirígete a la gran audiencia. Y después individualizas. Y después cambias. Como la amiga del champú.


¿HABLAR O ESCUCHARSE?
Abundan los colegas que hablan ANTE el micrófono, pero no CON la audiencia.


Un locutor entra en cabina. Se sienta ante la consola. Abre el micrófono. Cierra los ojos y se lleva una manito a la oreja formando una especie de auricular natural. Él mismo se delata. ¿A quién está hablando? A nadie. Se está escuchando a sí mismo, establece un circuito de la boca a su oído. Se recrea en su propia voz. Se autocomplace.

Abundan los colegas que hablan ANTE el micrófono, pero no hablan CON la audiencia. La desconexión es tan notoria que, muchas veces, olvidándose de los oyentes, se refieren a ellos y ellas en tercera persona.

--Los radioescuchas saben que ésta es la mejor emisora porque...

Pero, ¿a quiénes estará hablando este majadero sino a los radioescuchas? Esta distracción revela el desinterés del locutor y enfría completamente la relación con el público. Es como si yo, frente a usted, hablara así:

--Tal vez él piense que...

Pero resulta que... ¡él es usted!

Cuando hablamos en radio, no empleamos la tercera persona gramatical (él, ella, ellos, ellas) para referirnos a la audiencia, sino la segunda persona (tú, usted, ustedes). Aunque no veamos al oyente, estamos hablando con él.

Un problema de los radialistas es que hablamos a ciegas. En la cabina, frecuentemente, no hay un alma. Colocados frente a un vidrio (que para algunos y algunas se convierte en espejo) corremos el riesgo de acabar monologando, hablando solos, como los locos.

Así como el oyente ve con su imaginación, el locutor o locutora debe entrenar su imaginación para ver al oyente. Para presentirlo en su casa, en su trabajo, en los lugares desde donde nos sintonizan.

Una locutora de Radio Cutivalú, en Piura, entraba en cabina con una colección de fotos y se las ponía delante durante su programa mañanero. Ahí estaba una campesina atizando el fogón, un viejo pescador con su pipa, un mocoso empujando el burro, la vendedora del mercado, un abuelo con su sombrero de paja y su mate de chicha. Y les hablaba a ellos. Discutía con ellas. Y a través de esos rostros de papel, llegaba a miles y miles de radioescuchas.


GUERRA A LAS SUBORDINADAS
En radio, frases cortas.


Más que facilidad de palabra, hay quienes tienen dificultad de callarse.

Son esos animadores, entrevistadoras o comentaristas, que arrancan con una idea, hablan, repiten, dan vueltas y vueltas, como los perritos cuando van a echarse y nunca se echan, dicen lo que dijeron y anuncian lo que van a decir, y no dicen nada porque el público ya anda con dolor de cuello en tanto laberinto, como el General, y él mismo, el locutor, ya no sabe por dónde salir ni cuál era el sujeto de su frase, ni el predicado de su verbo, ni a quién le pasaba qué, y ahora yo mismo tampoco sé de qué burundanga estoy escribiendo...

En radio, frases cortas. Sean habladas, sean escritas, siempre cortas. ¿Cuántas palabras por frase? Algunos autores dicen que un buen límite son 20 palabras de punto a punto. Y hasta menos. Más de dos renglones seguidos sin rematar con un punto, ya resulta sospechoso. Cuenta las palabras de mi párrafo anterior... ¡100!

Las culpables de estos parrafazos son las llamadas “frases subordinadas”. Es a ellas a las que tenemos que declarar una guerra sin cuartel.

¿Cuáles son las frases subordinadas? Se parecen a las ramas y ramitas de un árbol que van desviándose del tronco. Fíjate en esta frase retorcida:

Hablar por radio, a pesar de lo que dicen por ahí, no es un asunto tan difícil, si bien para algunos tímidos, sobre todo al principio, podría parecerlo en la medida en que, sin demasiada experiencia, no le toman, como ocurrirá después, el debido gusto al micrófono.

La frase principal se enreda con varias subordinadas. Éstas tienen otras frasecitas colgadas que, en vez de aclarar, confunden.

¿Por qué no cortamos ese parrafazo en dos o en cuatro frases cortas? Resultará más cómodo para el locutor y más claro para el oyente. Hagamos la prueba:

No se fíe de lo que dicen por ahí. Hablar por radio no es un asunto tan difícil. Al principio, podrá parecer así para algunos tímidos. Es la falta de experiencia. Pero una vez que le toman gusto al micrófono, ya no quieren soltarlo.

Frases cortas y limpias, claras como el agua de lluvia. O como la poesía de Paul Valery, que afirmaba con toda razón: “Quien piensa claro, habla claro”.

Otro poeta, el alemán Rainer María Rilke, escribía así a su amigo: “Perdona la extensión de esta carta; no tuve tiempo de hacerla más corta”.


NARRAR ES EL ARTE
¿Quieres parar las orejas del público? ¿Quieres captar de inmediato su atención?


¿Quieres parar las orejas del público? ¿Quieres captar de inmediato su atención? Comienza así tu radiorevista o tu programa cultural o deportivo o tu comentario político o lo que sea:

¿No se han enterado aún de lo que le pasó a María Emilia ayer cuando abrió la puerta para salir de su casa?

Aunque nadie conozca a la tal María Emilia ni sepa dónde vive, todo el mundo estará interesado en averiguarlo.

Así somos, ¿para qué negarlo? Nos atraen las vidas ajenas tanto como la nuestra. Nos gusta escuchar historias, aventuras, anécdotas, cosas que han pasado, reales o ficticias. Nos encanta oír cuentos (y vivir del cuento, si fuera posible). Nos cautivan las narraciones.

¿Cuál es la diferencia entre la forma “narrativa” y la “discursiva”? En la primera, relatamos hechos, acontecimientos, contamos lo que ocurrió. En la segunda, exponemos ideas. El narrador pasa de un hecho a otro, encadena sucesos concretos. El orador, de una idea a otra, analizando y sintetizando conceptos. La narración va hacia delante, avanza con el tiempo, es cronológica. El discurso va hacia abajo, buscando profundidad, es lógico (a veces tanto, que uno se ahoga).

No hay que hablar mal del discurso. (¡Esto mismo que estoy haciendo ahora lo es!) Evidentemente, hay un tiempo para ambas formas, la narrativa y la expositiva. Pero si pusiéramos a competir a estas dos maneras de expresarse, la primera gana. Un mal relato aventaja a una buena ponencia.

Y es que el relato no sólo captura la atención, sino también la memoria. Las narraciones se recuerdan más fácilmente, porque emplean palabras materiales, porque dan cuenta de la vida. Las nociones y definiciones, las argumentaciones y teorizaciones, por más importantes que sean, se suelen disolver en la mente como pompas de jabón.

Quien narra, gana. Quien sabe contar, tiene a su alrededor un montón de oyentes ávidos, esté con un grupo de amigos y amigas o en una cabina de radio.

Y ahora, ¿les sigo contando lo de María Emilia? Pues resulta que esta chica abre la puerta y ahí, frente a ella, se encontraba su primer novio con cara de malas pulgas. Ella intentó apartarlo, pero en ese mismísimo momento…


LENGUAJE ACTIVO Y PASIVO
¿Cómo hablas? ¿Qué palabras empleas? ¿Cuáles son las más radiofónicas?


Para hablar por radio hay que usar palabras sencillas. Palabras que se entiendan sin necesidad de agarrar un diccionario. Que se entiendan a la primera (¡porque no hay cómo llamar al locutor y decirle que repita!).

En los medios de comunicación masiva, el lenguaje sencillo resulta ser el más culto, es decir, el más adecuado para sintonizar con el gran público al que nos dirigimos.

Cuando estamos ante una pantalla o detrás de un micrófono, no hablamos para una élite o un grupo de expertos, ni siquiera para los colegas periodistas. Nuestra audiencia es la gente común y corriente, los ciudadanos y ciudadanas de a pie, el pueblo.

Ahora bien, ¿cómo saber si una palabra es sencilla? Pues muy sencillo. Clasifiquemos las palabras en tres clases:

Lenguaje activo
Son las palabras que la gente usa en su vida diaria.
Por ejemplo, “dolor de barriga”.

Lenguaje pasivo
Son las palabras que la gente no usa frecuentemente, pero sí entiende.
Por ejemplo, “malestar estomacal”.

Lenguaje dominante
Son las palabras que la gente ni usa ni entiende.
Por ejemplo, “complicaciones gástricas”.

¿Qué lenguaje es mejor para la radio? Sin duda, el activo. El que se habla en el mercado, en la cocina, en el autobús. En las radiorevistas y otros programas de animación, los locutores y locutoras utilizarán este lenguaje si quieren sintonizar con su público.

(No nos referimos a las “malas palabras” ni otras chabacanadas que también empleamos. De eso hablaremos en otro momento.)

El lenguaje pasivo también lo podemos utilizar en radio. Hay formatos (sobre todo, los noticieros) donde podemos trabajar con un lenguaje más forma, menos cotidiano. Pero siempre es indispensable que las palabras puedan ser comprendidas por la audiencia a la que se dirige.

En ese lenguaje pasivo tenemos un tesoro de palabras que se entienden, aunque no se utilicen demasiado, pero que irán enriqueciendo el vocabulario de nuestros oyentes. Conocer más palabras es poder expresar más ideas.

¿Y el lenguaje dominante, el que ni se usa ni se entiende? Ese lo dejamos fuera. Que lo empleen los profesionales en sus círculos cerrados. O que lo empleen los pedantes que piensan que por hablar más raro son más “cultos”.
Esas palabritas extrañas sólo sirven para humillar a la gente, para sugerir que el pueblo es bruto y nosotros somos los listos.

Este asunto del lenguaje depende de las formas de hablar en cada país, de los diferentes niveles de instrucción, de mil cosas. Lo que en Paraguay suena habitual a lo mejor en Honduras resulta una rareza. No importa. Cada emisora conocerá el lenguaje de su audiencia y se acomodará a ella. Porque no es la gente la que se tiene que adaptar a la radio, sino la radio a la gente.



¿MALAS PALABRAS POR RADIO? (2)
No hay palabras buenas ni malas, sino oportunas o inoportunas.


En el clip anterior vimos el origen “social” de las llamadas buenas o malas palabras.

Pero además de lo dicho, ocurre que el significado de las palabras varía mucho de un lugar a otro. Lo que aquí es una expresión inocente, allá resulta una grosería. Los turistas desprevenidos suelen meter las patas con frecuencia.

Por ejemplo, en Cuba se coge la guagua (se sube al autobús). Mejor no lo digas así en Argentina. En Panamá, los niños juegan con conchas en la playa. Que no lo hagan en Uruguay. En Chile, no conviene decir que se pinchó una llanta o que vas a abrir el camino a pico y pala. No le pidas el pan a una señora en Santa Cruz de la Sierra. Pídele horneado. En Guatemala, le dicen chucha a una perrita. Y en el Caribe es el apodo cariñoso del nombre María de Jesús. Pero no lo digas en el Ecuador. Pendejo quiere decir bobo en todas partes, menos en el Perú, donde es el mote del vivo. En Dominicana, carajo se ha vuelto palabra de uso cotidiano. Pero en Bolivia, basta usarla una vez para perder la fama. Y culo, tan familiar en España, te gana una bofetada en la mayoría de los países latinoamericanos.

Querámoslo o no, las “malas palabras” están extendidas por todas partes y son más comunes que las moscas. Incluso, cada vez son más aceptadas en el lenguaje del teatro, en las novelas, en el cine y otros medios de comunicación.

¿Y en la radio? No es que la radio sea más conservadora, sino que es más íntima. Un programa de radio no es un espectáculo, sino una voz que te acompaña. Por eso, lo que en una película no te choca, te chocaría si lo oyes de boca de tu locutor favorito, de esa animadora que te habla como si estuviera contigo, presente en tu casa.

Digamos que no hay palabras buenas ni malas, sino oportunas o inoportunas. Sería un error emplear un lenguaje chabacano en nuestros programas de radio para hacernos más “populares”. Sería inoportuno porque a los mismos oyentes que emplean vulgaridades en su vida cotidiana, seguramente les va a caer mal si las escuchan por la radio.

La primera regla de una buena programación radiofónica es respetar la sensibilidad de nuestra audiencia. Por supuesto, esta “sensibilidad” varía de un lugar a otro, de un país a otro. Y también varía de un formato a otro. Por ejemplo, en un sociodrama se permite un lenguaje más suelto que en un noticiero.

¿Significa, entonces, que jamás podrá oírse una “grosería” a través de la radio? Tampoco así. Hay momentos para soltar un buen carajazo frente a una injusticia. O para echar un sonoro hijueputazo frente a una autoridad corrupta y prepotente. El sentido común nos dirá cuándo y cómo hacerlo.



¿Y LOS TECNICISMOS?
… Siempre y cuando se expliquen con otras palabras más sencillas.


Cuando los agrónomos, psicólogas, abogados o economistas hablan por radio, se imaginan ante colegas y utilizan sin pudor las jergas de su profesión.


Se espera un crash sin precedentes con la caída del Dow. Las oscilaciones que muestran los índices bursátiles norteamericanos son el estertor de su agonía.


Quienes primero agonizan son los oyentes, que no entienden de qué rayos les están hablando.

Está bien que los profesionales, cuando se juntan entre ellos, empleen el lenguaje que les resulte más cómodo. Pero por la radio ese palabrerío está prohibido. Casi nadie va a entenderlo. Casi toda la audiencia va a sentirse humillada frente a un discurso que le resulta incomprensible.

¿Qué hacer, entonces? ¿Eliminar las palabras técnicas del lenguaje radiofónico? No, porque también la gente común debe conocerlas. Conviene que el pueblo se apropie de nuevos conceptos que, aunque no los use en su vida cotidiana, le servirá para ampliar su vocabulario y hasta defenderse ante situaciones difíciles.

La ciudadanía tiene que conocer el significado de palabras como indexación del salario… propiedad intelectual… megadiversidad… transgénicos… habeas corpus… software libre…

Todas las palabras técnicas pueden utilizarse en la radio siempre y cuando se expliquen con otras palabras más sencillas. Por ejemplo, supongamos que una empresa de chocolates está haciendo esa práctica comercial desleal conocida como dumping.


¿Y qué hace esta empresa de chocolates? Lo que se conoce como dumpling, es decir, baja artificialmente sus precios para hundir a las otras empresas más chicas. Al final, se quedará con todo el mercado y, ya sin competencia, pondrá los precios por las nubes.


Con esa pequeña explicación, la audiencia comprenderá mejor en qué consiste el mentado dumping. Así estaremos divulgando conceptos técnicos y científicos.

Ahora bien, la ciencia entra con paciencia. No pensemos que basta explicar el tecnicismo una vez y luego soltarlo sin más los siguientes días. En la radio, como en la ranchera, hay que volver y volver. Hay que repetir el significado de las palabras difíciles. De lo contrario, nos podría pasar como al teólogo Hans Küng cuando visitó Managua y disertó largamente sobre los paradigmas rotos. Una viejita entrevistada por Radio La Primerísima dijo que le había encantado la plática del padrecito extranjero. Que sólo no entendía lo de los parabrisas. ¿En qué esquina habían chocado tantos carros?


AL GRANO, COMO DIJO EL PAVO
Evita el estilo impersonal, las formas pasivas, los circunloquios.


Entre las mil mañas del lenguaje periodístico está el uso frecuente de las formas pasivas e impersonales.

Los teléfonos del presidente Toledo han sido espiados por políticos de oposición.

Por una falsa elegancia del lenguaje, o por querer destacar el qué por encima del quién, o simplemente por mala costumbre, solemos dar la vuelta a la frase y redactar las noticias en forma pasiva.

Esto es lo que se conoce como una circunlocución, un rodeo de palabras. El resultado es que debilitamos la acción del verbo y enredamos la comprensión.

¿Por qué no redactarla directamente y con sencillez?

Políticos de oposición espían los teléfonos del presidente Toledo.

Fíjate en esta otra frase:

Si la tocas, te pego un tiro.

Inviértela y comprueba la diferencia:

Si la tocas, un tiro te será pegado por mí.

Está claro que nadie tomaría en serio la segunda amenaza.

Otra manía periodística muy parecida consiste en esconder el sujeto de la frase. Desde luego, si no sabemos quiénes son los autores de los hechos no podemos mencionarlos y recurriremos a una forma impersonal. Pero muchas veces empleamos esta forma para disimular las responsabilidades.

Se cancelan dos mil empleados públicos.

El Ministro de Salud Ernesto Villamayor canceló dos mil empleados públicos.

Hay bastante diferencia entre estos dos titulares, ¿verdad? Lo mismo suelen hacer los niños traviesos cuando rompen el mejor recuerdo de la familia:

Se cayó el jarrón, abuelita.

Seamos precisos. Mencionemos el crimen y el criminal.

No circunlocutes tanto, amigo. No seas tan impersonal, amiga. Vamos al grano, como dijo el pavo.